Por Carmen Langarica
Es conocido en una buena parte del ámbito cristiano que Dios nos ha hecho la prohibición de ingerir sangre de origen animal o humano.
A pesar de ello, a través de las edades, el hombre ha transgredido las leyes espirituales, tanto como lo ha hecho con las leyes físicas, como la de la alimentación, tergiversando y consumiendo cosas tan insólitas que van más allá de nuestra imaginación, incluyendo aun el canibalismo.
Dios siempre tiene fundamentos sólidos cuando prohíbe ciertos alimentos. A medida que la ciencia ha avanzado, hemos descubierto que “Dios tenía razón” desde el principio, no sólo en el aspecto alimenticio, sino en todas las leyes que rigen el universo y en las leyes espirituales.
A través de los tiempos y en muchas sociedades, el ser humano ha tenido la tendencia de comer sangre, a pesar de que Dios expresamente lo prohíbe.
Revisemos cuatro razones por las que no debemos comer sangre:
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Porque Dios lo prohíbe
En el Antiguo Testamento Dios dio instrucciones claras de cómo se debía usar la sangre en los sacrificios de un becerro y dos carneros para la consagración al sacerdocio de los hijos de Aarón. En Éxodo 29 la sangre del becerro se rociaba al pie del altar y además dice: “…pondrás sobre los cuernos del altar con tu dedo…” (v. 12). La sangre del primer carnero se usaba para rociarla alrededor del altar (v. 16) y la del segundo carnero para ponerla sobre el lóbulo derecho de la oreja de Aarón y de sus hijos y sobre los pulgares derechos de manos y pies de ellos. Además, se rociaba sobre el altar y sobre las vestiduras de ellos (vv. 20-21).
Cabe destacar que en ningún momento se menciona que la sangre fuera ingerida. Por el contrario, a esto, hay varios versículos en donde la prohibición directa de Dios de comer sangre es obvia y ha trascendido desde el inicio de la historia humana hasta nuestros días:
La era de los patriarcas (Génesis 9:4): “Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis”.
La era mosaica (Levítico 17:14): “Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado”.
La era cristiana (Hechos 21:25): “Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación”.
Al parecer el hombre se ha esmerado en hacer todo lo contrario a lo que Dios establece, imponiendo sus ideas, sus supersticiones, sus creencias y sus tradiciones, antes que pensar siquiera o investigar un poco si el beber sangre es bueno o malo.
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Porque puede provocar varias enfermedades, algunas con consecuencias graves

El asesinato del faraón Psamético III (Dinastía XXVI de Egipto), obligado a beber sangre de toro. Psamético III. Bajorrelieve en Karnak. Reinado 526 a 525 a.C. Imagen: Wikimedia Coommons
Las proteínas liberadas en la digestión de la sangre son metabolizadas por la flora intestinal bacteriana, liberándose grandes cantidades de amoníaco. Los niveles elevados de amoníaco en sangre pueden afectar al cerebro, el cual es permeable a esta sustancia y muy vulnerable a los efectos tóxicos, provocando un trastorno cerebral llamado: encefalopatía. Las manifestaciones de este síndrome pueden variar desde síntomas leves, como cansancio y fatiga, hasta síntomas graves, como convulsiones e incluso estado de coma.
Aun si el hombre bebiera de su propia sangre y estuviera sano, ésta, en cantidades y frecuencia considerables, podría ocasionar los síntomas mencionados arriba.
El escritor Plinio el Viejo (23-79 d.C.) relata, en su Historia Natural, que en Grecia y Roma se utilizaba la sangre del toro, a la vez como veneno y como reconstituyente. Hay relatos de la antigüedad en donde algunas personas se suicidaban bebiendo grandes cantidades de sangre de toro, porque de alguna manera sabían que tenía esta propiedad tóxica.
Heródoto asegura que el faraón Psamético III (526-525 a.C. de la XXVI dinastía) fue obligado por el rey persa Cambises I (528-521 a.C. hijo de Ciro II “El Grande”, el fundador del Imperio Persa de los “aqueménidas”) a beber sangre de toro hasta morir. En el mundo de la Grecia clásica, también existía la creencia de que la sangre del toro era un veneno mortal para el hombre.
Otro aspecto importante es el riesgo de la transmisión de enfermedades por la ingestión de sangre humana contaminada, tales con VIH, hepatitis B y C. Además, el humor sanguíneo puede portar virus o bacterias patógenos procedentes de un animal enfermo.
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Porque no es cierto que es una fuente rica en nutrientes
La investigadora mexicana Lisandra Zepeda afirma: “La sangre es una problemática fuente de alimentación, ya que apenas provee de vitaminas y carbohidratos y, en cambio, cuenta con un exceso de proteínas, sales y productos de desecho. […]El 78 por ciento de la sangre es agua y no hay vitaminas vitales como las del grupo B. Tiene muy pocos aminoácidos esenciales y sólo el 1 por ciento son hidratos de carbono”.
Las proporciones de una alimentación saludable y balanceada para el humano debe contener 55 por ciento de hidratos de carbono, 30 por ciento de grasas y 15 por ciento de proteínas. Si nuestros hábitos alimenticios no mantienen este equilibrio, ponemos en peligro nuestra salud.
La verdad es que en la sangre es más fácil encontrarse un patógeno, que algo que alimente.
Eugenio Noel, en su libro Las capeas y otros escritos antitaurinos, relata cómo niños, mujeres y viejos, necesitados e indigentes, formaban fila ante el maloliente matadero municipal de Madrid, a principios del siglo XX, para recoger alguna porción de sangre de toro que allí repartían diariamente, casi como único alimento reconstituyente para sobrellevar o mitigar el hambre.
Algunos se preguntarán: ¿qué acerca de la sangre cocida, también llamada morcilla (Argentina y Paraguay), moronga (México y Centroamérica), prietas (Chile) o rellena (Perú y Colombia)? Esta pregunta tiene la misma lógica que si nos preguntáramos: ¿podemos consumir carne de cerdo cruda o cocida?
Lo cierto es que no podemos consumir la sangre en ninguna de sus formas, como no podemos hacerlo con el cerdo y sus derivados.
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Porque nuestro aparato digestivo no está capacitado para digerir sangre
Sólo hay tres mamíferos, todos murciélagos, que son hematófagos. Estos animales tienen un aparato digestivo muy especializado para poder digerir la sangre. Uno de ellos es el vampiro de Azara (Desmodus rotundus), que vive de la sangre de aves y de otros mamíferos, incluso humanos. Un estudio de su genoma y de su flora intestinal muestra que éste tiene una particular alianza entre genes y bacterias que le permite salir airoso de una dieta tan extrema.
Carlos Arias Ortiz, investigador del Instituto de Biotecnología (IBT), unidad Morelos de la UNAM, entre otros expertos, participó en un estudio en el que analizaron las adaptaciones que ha tenido la especie del vampiro Desmodus rotundus, concluyendo que: “para ser capaces de aprovechar un alimento bajo en nutrientes como aminoácidos esenciales y vitaminas, y alto en otros como sales y hierro, estos murciélagos se ayudan de una serie de microorganismos que habitan su tracto digestivo que les ayudan a digerir la sangre”.
Definitivamente los humanos no tenemos las características de este murciélago. Una adaptación como la de la hematofagia —alimentarse de sangre— requiere de cambios genéticos tanto del organismo mismo, como de su flora intestinal.
Podemos concluir que quien creó el cuerpo humano e hizo el manual de su diseño, sabía con certeza lo que es bueno para su mantenimiento y su buen funcionamiento.
Dios no se equivoca. Él nos dio muchas opciones de alimentos limpios que están a nuestro alcance. ¿Por qué buscarnos enfermedades innecesarias? ¿Por qué no mejor atender la advertencia de Dios si tenemos los medios de información disponibles para confirmar los altos riesgos de ingerir sangre?
La instrucción de Dios es directa y clara para quien quiera escucharla: “Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne. No la comerás; en tierra la derramarás como agua. No comerás de ella, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, cuando hicieres lo recto ante los ojos del Eterno” (Deuteronomio 12:23-25). CA