Por Jorge Ivan Garduño
¿Sabe usted qué es la “formación de tortuga”? ¿Alguna vez había escuchado este título? ¿Qué es? En la antigua Roma, “la formación en testudo o tortuga” era un orden de batalla utilizada comúnmente por las legiones romanas durante el combate. Esta estrategia de los soldados romanos consistía en unir todos sus escudos para protegerse en conjunto.
Si esta táctica era utilizada correctamente —requería un gran entrenamiento y disciplina para que fuese efectiva— protegía a los legionarios de forma excelente frente a los proyectiles de los enemigos, permitiéndoles desplazarse sin miedo a ser alcanzados por flechas, dardos, lanzas y demás armas que les eran arrojadas.
De ahí que el apóstol Pablo hace la analogía respecto al escudo de un soldado con el escudo de un verdadero cristiano.
Y es que la epístola a los Efesios fue una de las cartas que el apóstol Pablo escribió desde la prisión, donde sin duda se familiarizó bastante con la armadura del ejército romano, sus captores.
Al hablar del escudo y de la fe, claramente me refiero a Efesios 6:16, un pasaje en el que Dios nos habla de la importancia de nuestra fe en el poder y el amor de Dios.
Pregunto: ¿ve usted muchos ejemplos de fe en el mundo que le rodea? La sociedad en la que vivimos está prácticamente desprovista de fe. La mayoría de las personas no saben mucho acerca de Dios debido a que ni siquiera leen la Biblia.
Muchos ni siquiera están seguros de la existencia de Dios. Otros, aunque creen en Él, no saben lo que enseña, lo que ha prometido, ni lo que exige de los seres humanos. Estas cosas no deben sorprendernos porque, al fin y al cabo, es imposible que la gente tenga fe en un Dios que no conoce.
Y, ¿qué sucede con usted? ¿Sabe realmente lo que Dios puede hacer y lo que hará por usted? ¿Cuántas veces al día medita en esto, así como el rey David todo el día meditaba en ello?
Cómo definir lo que es fe
En el Nuevo Testamento, el sustantivo griego pistis, que es traducido como “fe”, está estrechamente ligado con el verbo pisteuo, que significa “creer”. Sin embargo, el concepto bíblico es mucho más amplio de lo que suelen sugerir las palabras fe y creer.
Tener fe es creer. Pero no cometamos el antiguo error de pensar que si creemos en Dios —esto es, si creemos que Él existe— entonces tenemos fe. Hay muchas personas que mantienen este concepto erróneo. Dicen que creen en Dios y, por tanto, tienen fe. Desde luego que es necesario creer en Dios, pero eso no es más que el primer paso. Como dijo uno de los apóstoles: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios [los ángeles caídos] creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). Si sólo creemos, no nos diferenciamos mucho en ese aspecto de los demonios.
Si queremos tener una relación íntima y dinámica con Dios, nuestro modelo de fe debe ser Jesucristo. Su vida es el ejemplo perfecto de la fe. Jesús mostró en todo momento una fe viva y alentó a otros no sólo a creer en Dios, sino también a creerle a Dios, es decir, creer lo que Él dice y vivir de acuerdo con esta convicción.
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:12-15).
Estas palabras de Jesucristo nos muestran un hermoso ejemplo de la verdadera fe viva que Dios nos pide que desarrollemos. Es la clase de fe que Dios espera que tengamos, a fin de poder darnos la vida eterna en su reino. La fe viva y activa es la confianza absoluta de que Dios puede intervenir en nuestra vida y que, de hecho, lo hará.
¿Qué obras hizo Jesucristo? Sanó enfermos, oró por los demás, perdonó pecados, sirvió en completa humildad, se ciñó a las órdenes de Dios, dio su vida por usted y por mí… Nosotros también debemos visitar enfermos, ser misericordiosos, tener espíritu de servicio, ser obedientes a Dios, dar de nuestro tiempo a nuestro prójimo, etcétera.
En esta sociedad cínica y escéptica es muy difícil encontrar una fe genuina, activa y firme en el Dios de la Biblia. Pero esa fe, junto con las bendiciones que nos trae cuando la vivimos, está disponible para quienes realmente le creen a Dios.
La fe es una convicción absoluta
En lo que se conoce como “el capítulo de la fe”, se nos dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe es nuestra seguridad en la existencia de cosas que existen, pero que aún no podemos ver.
La fe verdadera no es una ilusión ni es el simple deseo de que todo salga bien. Es una convicción absoluta de que Dios está profundamente interesado en nosotros y que siempre nos dará lo que más nos convenga.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Cada uno de nosotros puede tener esta clase de fe. De hecho, es necesario tenerla, si queremos honrar y amar a nuestro Creador, pues “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (v. 6).
Este versículo explica dos aspectos de la fe. El primero es que debemos creer que Dios existe, que Él es el único perfectamente justo y que todo lo puede. Esto es algo que podemos comprender por medio de la magnificente creación física que nos rodea (Romanos 1:20). Luego debemos creer que Dios finalmente recompensará a quienes con toda humildad lo buscan y le obedecen.
La fe viva entre los incrédulos
No es suficiente con decir sencillamente: “Yo creo”, sin hacer los cambios necesarios en nuestro modo de vivir. El simple reconocimiento de la existencia de Dios no produce una relación correcta con él. Como ya vimos antes, incluso los demonios “creen” (Santiago 2:19). Lo que Jesús nos manda es que nos arrepintamos.
El arrepentimiento no es algo que sucede así nada más. Exige esfuerzo y compromiso. La verdadera fe tiene que ser alimentada, nutrida y cultivada espiritualmente.
En la Biblia claramente se nos dice que la salvación se obtiene por la gracia de Dios, no por medio de buenas obras, “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9). Pero somos salvos por gracia por medio de la fe (v. 8). El peligro es que nuestra fe puede morir si descuidamos nuestra salvación al no vivir en obediencia a Dios (Hebreos 2:1-3). Por eso el apóstol Pablo escribió: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27).
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron” (Hebreos 2:1-3).
Las obras no nos hacen merecedores de la salvación. Pero en la carta de Santiago claramente se nos dice que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:17, 20, 26). En otras palabras, es completamente inútil.
Cuando correspondemos al amor de Cristo, obedeciendo sus mandamientos (Juan 14:12-15), nuestra fe cobra vida y viene a ser dinámica, viene a ser una fe viva. No nos equivoquemos: no seremos salvos por gracia por medio de una fe muerta.
Conclusión
La sociedad en que vivimos pareciera diseñada para minar la fe. Gran parte de los sistemas educativos, los medios publicitarios y los espectáculos que divierten a las masas son mundanos y perversos, y alejan a las personas de los principios morales de la Biblia.
Mientras nuestra fe en el poder y el amor de Dios permanezca firme, Satanás no podrá atravesar nuestro escudo. La fe nos protege en muchos sentidos. ¡Fue como un campo de fuerza para Daniel en el foso de los leones y protegió a Sadrac, Mesac y Abed-nego del fuego de la hoguera! La fe no sólo es un escudo contra los peligros y tentaciones espirituales, también nos resguarda de peligros físicos.
La fe no es sólo para protección personal. Los soldados romanos tenían una estrategia en que unían todos sus escudos para protegerse en conjunto. Si nosotros hacemos lo mismo —fortalecernos unos a otros en fe, apoyo y servicio— sin duda seremos capaces de superar cualquier desafío.