Por Corbin Jackson
El tema del campamento de invierno de este año es: “Aprendamos a discernir”. Debemos comenzar afirmando lo siguiente: ninguno de nosotros —adolescentes y jóvenes— comprendemos con claridad lo que esto significa. No es algo fácil de entender. Muchos adultos tampoco lo entienden. Sin embargo, es posible empezar a entenderlo estableciendo la unidad básica: vivimos en una guerra espiritual y nosotros somos la resistencia.
Para nosotros, cristianos de la Iglesia de Dios, vivir en un mundo tan influenciado por Satanás significa estar en un campo de batalla. Guerreamos contra nuestra naturaleza humana que a menudo nos empuja hacia el pecado —la infracción de la ley de Dios (1 Juan 3:4). Estar rodeados por tantas trampas tendidas por el diablo puede ser tan intimidante que llegamos a pensar que sería mejor evitar todo contacto con el mundo y, por lo tanto, evitar por completo los ataques de Satanás y los efectos de su influencia.
En 2 de Timoteo 2:22 el apóstol Pablo dijo lo siguiente: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”. A simple vista, parece una solución sencilla. Sólo se requiere huir de las pasiones juveniles (cualquier cosa que nos separa de Dios) para poner distancia entre nosotros y la influencia tan dañina de Satanás. Pero consideremos la siguiente pregunta: ¿quiere Dios que huyamos de nuestra batalla contra el adversario, Satanás?
A veces pensamos que la idea de huir del pecado significa inherentemente que debemos huir de Satanás también. Después de todo, deberíamos evitar a toda costa cualquier contacto con quien la Biblia llama el padre de la mentira, un león rugiente, la serpiente antigua, el enemigo, el dragón, etcétera.
Y si bien es verdad que podemos alejarnos de las garras pecaminosas de Satanás en cierta manera, vivir en este mundo hace que evitar al diablo por completo resulte imposible. Cuando hemos logrado evitar los impulsos de nuestra naturaleza humana, e incluso las tentaciones de este mundo, pero igual nos encontramos acorralados por el mismo Satanás —plagados de pruebas y problemas que no son necesariamente debido a estar demasiado cerca del pecado— ¿qué hacemos? ¿Cómo espera Dios que reaccionemos?
Pecar es una acción perpetrada por nosotros mismos. Aunque Satanás ejercita su poder para facilitar que tropecemos, la decisión de infringir la ley de Dios (y sus consecuencias) recae únicamente sobre nuestros hombros. Podemos evitar caer en el pecado siguiendo la justicia, la fe, el amor y la paz de Dios, como Pablo le instruyó al joven Timoteo. Aun así, nuestra decisión de obedecer a Dios y huir del pecado no nos garantiza un escape —porque no es la solución. De hecho, en este campo de batalla que se llama “el mundo”, Dios espera que enfrentemos a Satanás de otra manera: no huir, más bien resistirle.
En Efesios 6:10-17, donde el apóstol Pablo nos habla de “la armadura de Dios”, leemos que “resistir y estar firme” a Satanás debe ser nuestra respuesta: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (v. 13). Si hacemos una analogía con una armadura física, cabe destacar que ningún componente de ella se utiliza para poner distancia entre los dos combatientes.
El cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu no se emplean para huir de Satanás. Están destinados al propósito de enfrentar “… estar firmes contra las asechanzas del diablo” (v. 11). Huir de las “pasiones juveniles” es esencial.
Sin embargo, a pesar de cuánto evitamos los pecados y las tentaciones, Satanás siempre nos buscará pelea. Vestirnos de la armadura de Dios permite que nos podamos defender de sus ataques. Es decir, no necesariamente se usa la armadura de Dios para huir del pecado. También se usa la armadura de Dios para resistir a Satanás cuando ya nos está atacando y hacer que él huya de nosotros.
En el capítulo 4 de los libros de Mateo y Lucas, Jesucristo nos dejó un gran (y literal) ejemplo de cómo poner en práctica el concepto de “resistir a Satanás”. A pesar de que Cristo nunca pecó, a lo largo de toda su vida humana —siempre venció al pecado— Satanás lo persiguió tal como nos persigue a nosotros hoy en día. Cristo estuvo cara a cara con el enemigo en una situación de combate espiritual. Pero Cristo no huyó con la esperanza de que el diablo no lo alcanzara. Él estuvo firme y resistió usando la armadura de Dios, y así fue Satanás quien terminó huyendo, tal como afirma la Biblia: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Seguir el ejemplo de Cristo e implementar este principio en nuestra vida cristiana es algo que requerirá tiempo, esfuerzo y práctica. La armadura de Dios está compuesta de herramientas espirituales específicas: verdad, justicia, paz, fe, salvación y el Espíritu y la Palabra de Dios. Para ser verdaderamente capaces de usar la armadura de Dios, debemos estudiar cada uno de sus distintos componentes.
Identificar cuáles piezas de la armadura se nos ajustan y cuáles nos quedan demasiado sueltas es muy importante. Es clave asegurar que cada parte de nuestra armadura espiritual esté fuerte y bien mantenida. Al fin de cuentas, proteger nuestra mente con el yelmo de la salvación no nos podrá conseguir la victoria contra el diablo si nuestro corazón está expuesto debido a una defectuosa o ausente coraza de justicia. Tenemos que vestirnos de la armadura completa de Dios, si queremos resistir a Satanás y lograr que él se retire, no nosotros.
Se ha dicho que “huir de los problemas no logra la solución; huir de las batallas no alcanza la victoria”. Saber si una situación merece que huyamos o que luchemos no siempre es fácil. El estudio, la oración, el ayuno, la meditación e incluso el consejo del ministro son maneras de discernir si estamos demasiado cerca de algo que deberíamos evitar, o si es momento de armarnos para la batalla.
Por lo tanto, cuando nos sentimos con ganas de huir de las pruebas espirituales —esas que no son producto de nuestros pecados, sino de los ataques directos de Satanás y el daño colateral que vivir en este mundo conlleva— recordemos una de las más grandes lecciones que nuestro salvador Jesucristo nos dejó: huyamos del pecado, pero resistamos al diablo. CA