La fe verdadera descansa en Dios. Esto quiere decir que nuestra fe no depende de nuestras circunstancias, sino que se fundamenta en lo que Dios es. ¿Por qué es necesaria la fe?
Por Carlos Saavedra
Tal vez estamos familiarizados con la escena de un joven puesto en pie en medio de un salón, parado sobre una silla sin respaldo a una altura de un metro, con los ojos vendados y las manos al costado de su cuerpo y sus amigos delante de él en dos filas frente a frente, tomándose las manos una fila con la otra, para hacer una “camilla” y recibir a quien hará su “salto de fe” diciéndole: ¡déjate caer! ¡Déjate caer!
El joven con los ojos vendados, luego de hacer una respiración profunda, ante la mirada atónita de sus amigos se dejó caer… hacia atrás, donde no había quien lo recibiese. El golpe fue terrible.
La fe verdadera, que es la confianza en que suceda algo que esperamos de Dios, implica acción, pero esta acción debe movernos hacia el lado correcto, hacia el lado de Dios. Debemos prestar mucha atención a su voz, a lo que nos está diciendo y movernos en obediencia hacia Él.
Descansar en Dios
En Gálatas 5:22 se menciona a la fe como una parte integrante del fruto del Espíritu Santo. Esto hace referencia a nuestra fiel lealtad a los principios y a las leyes de Dios, los cuales modifican nuestra mente y conducta para vivir por ellos, en completa obediencia.
La fe verdadera descansa en Dios. Esto quiere decir que nuestra fe no depende de nuestras circunstancias, sino que se fundamenta en lo que Dios es. Debemos estar convencidos de que Dios es fiel a sus promesas y nuestras circunstancias no harán que Dios cambie, dejando de cumplir sus promesas.
Nuestra fe se desarrolla en la medida que vamos siendo recipientes del amor y cuidado de Dios. Todas aquellas ocasiones en que Dios nos ha prodigado cuidado amoroso y nos ha librado de diversas pruebas y dificultades, no deben ser olvidadas, y deben servirnos para convencernos cada vez más de que Dios nunca nos dejará solos: “…porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).
Nosotros debemos confiar plenamente en Dios y creer sin reservas en todas sus promesas. Nuestra fe no debe ser ocasional, es decir, no debe ser invocada sólo para enfrentar las vicisitudes de la vida. Más bien debe ser nuestro modo de vivir, que nos permita anticipar el resultado favorable en todas las circunstancias: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
¿Por qué es tan necesaria la fe?
La fe mantiene firme nuestra creencia en Dios y en sus promesas y da sentido a nuestra existencia. Nos mantiene enfocados en que fuimos creados con un propósito y estamos en proceso de transformación para llegar a convertirnos en algo que va mucho más allá de esta mera existencia física, en hijos de Dios.
Cuando mostramos el tipo de fe verdadera, agradamos a Dios porque le decimos con esto que estamos comprometidos con lo que está haciendo en nosotros y día a día mantenemos su plan en nuestra mente y le mostramos que ese plan nos importa y, pese a todo, vivimos para cumplir su justicia, vivimos por fe: “Mas el justo vivirá por fe” (Hebreos 10:38).
Necesitamos fe para creer que la promesa de salvación se hará realidad. Necesitamos desarrollar el tipo de fe que mantenga en nuestra mente el plan de Dios para nosotros, aun cuando las evidencias físicas muestren lo contrario.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Esta fe se perfecciona en las diversas ocasiones en que estamos convencidos de que recibiremos lo que esperamos, aun cuando las evidencias físicas muestren lo contrario.
El evangelio de Dios nos muestra que la manera en que Él nos hace justos, es viviendo por la fe: “Porque en el evangelio la justicia que viene de Dios se revela de fe en fe, como está escrito: “El justo vivirá por la fe” (Romanos 1:17).
El apóstol Pablo en su primera carta a los tesalonicenses, les dice que oraba por el crecimiento de la fe de ellos y mostró su deseo de completar y ayudar al crecimiento de su fe (1 Tesalonicenses 3:10). Así nosotros debemos crecer en fe hasta llevarla al nivel de la fe de Jesucristo.
La fe de Jesucristo
La fe de Jesucristo debe ser la que debemos buscar. Esto pareciera mucha presunción, pero no es así, pues Dios lo hace posible a través de su Santo Espíritu morando en nosotros, pues recibimos el Espíritu de Cristo con la imposición de manos de los ministros verdaderos de Dios, después del bautismo.
La fe de Jesucristo lo llevó a hacer muchas obras buenas. Cuando los judíos lo iban a apedrear Él les dijo: “Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?” (Juan 10:32). Nuestra fe se va perfeccionando a medida que entregamos nuestra vida a hacer buenas obras. Fuimos creados en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2:10).
La fe de Jesucristo lo llevó a rechazar a Satanás y su sistema engañoso. Antes de empezar su ministerio, Satanás lo tentó con abundancia de pan, con una equivocada seguridad ante el suicidio, con las riquezas y el poder de este mundo, pero Jesucristo no cedió a las tentaciones.
La fe de Jesucristo lo llevó a expresar con palabras y con sus hechos que su alimento verdadero era hacer la voluntad de Dios el Padre y acabar su obra (Juan 4:34).
La fe de Jesucristo lo llevó a confiar plenamente en Dios el Padre en el momento más difícil de su vida, cuando iba a ser entregado. Se sometió a la voluntad del Padre y puso su confianza en Él para resucitarlo: “Diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Debemos desarrollar en nuestra vida la fe que tuvo Jesús cuando anduvo entre los hombres, fe que nos permita los grandes logros espirituales que obtuvo Él. Jesucristo fue Dios antes de venir a la Tierra, teniendo todo el poder, la gloria y la honra de su creación, pero vino, entre otras cosas, como Dios en la carne para mostrarnos con su ejemplo la clase de fe que necesitamos para llegar a ser como Él.
En este proceso de llegar a ser como Jesucristo, tendremos muchas dificultades y mucha oposición, producto de vivir en un mundo gobernado por Satanás. Este mundo se ha acarreado maldiciones, producto de hacer del pecado un modo de vida. Pero quienes queremos obedecer a Dios tenemos la fe que produce el Espíritu para mover montañas de dificultades (Mateo 17:20).
Debemos dar el salto de fe siempre hacia adelante, hacia el lado correcto, no hacia el lado equivocado como el joven de la historia. Debemos saltar al lado de Dios. Nuestra fe debe descansar en Dios. Necesitamos de fe para que la salvación se haga manifiesta en nosotros. Necesitamos la fe de Jesucristo. El salto de fe hacia el lado correcto nos permitirá desarrollarla. CA