Sin lugar a dudas nuestro verdadero ser radica en nuestro interior, en nuestra mente, corazón, pensamientos y sentimientos. Nuestro verdadero potencial no es físico, no es sangre ni materia. Nuestro potencial es más que solamente carne. Cada uno de nosotros tenemos una esencia espiritual. No es el cerebro el que piensa de manera autónoma. Tenemos un espíritu humano que nos da entendimiento. Estamos confinados al cuerpo físico, pero en esencia somos más que solamente materia. Tenemos un espíritu humano que Dios nos dio. En la Iglesia de Dios muchos de nosotros tenemos un segundo espíritu: el Espíritu Santo.
Físicamente hablando nos alimentamos de verduras, carnes, lácteos, agua, frutas, etc. De este modo nuestra parte física se mantiene sana y con energía, pero al tomar agua, comer legumbres o ingerir cualquier tipo de alimento, no se alimenta nuestra parte no física. El alimento físico no contribuye a tener sentimientos nobles ni a pensar de manera apropiada.
Aquí surge la pregunta, ¿puedo alimentar mi mente o corazón? Sí los puedo alimentar, al igual que puedo alimentar mi parte física. ¿Es posible alimentar mi espíritu de manera errada? De la misma manera que comer grasa daña severamente nuestro cuerpo, existen alimentos que no deben ser parte de nuestra dieta espiritual.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).
Desafortunadamente, en los tiempos que nos ha tocado vivir, el modelo liberal de enseñanza ha abierto las puertas a contenidos de alimentación espiritual muy poco apropiados, incluso para personas que consideran tener un “criterio formado”. A diario somos invadidos no sólo con imágenes que dañan nuestra mente, sino que también intentan convencernos de muchas mentiras.
De la misma forma que debemos cuidar nuestra dieta física, con el propósito de mantenernos sanos y evitar futuras enfermedades, debemos también mantenernos alejados de los contenidos que pueden dañar nuestro pensamiento y nuestro sentir. “Sé tu mismo”, “No cambies nunca”, “Sigue tu corazón” son consejos que alimentan pensamientos egoístas y no contribuyen a una buena nutrición espiritual.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra alimentación espiritual? Creo que todos sabemos la respuesta. Debemos cortar de manera radical todo tipo de contenido cargado de egoísmo, la mala música cargada de sensualidad, las malas películas llenas de violencia y sexo, los malos libros, el mal uso de las redes sociales, los malos amigos y hasta las malas conversaciones. Como dice el apóstol Pablo: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33).
Ahora bien, este primer paso no es posible sin la ayuda de nuestro Creador. Sólo Él puede ayudarnos a definir con certeza qué cosas debemos dejar de hacer: “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino” (Salmos 37:23). También podemos leer: “El corazón del hombre piensa su camino; Mas Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:9).
Es nuestra responsabilidad acercarnos a Dios para comenzar a alimentar nuestro espíritu de manera correcta. No podemos ir por la vida consumiendo todo lo que esta sociedad ofrece, pues eso conduce a vidas vacías, sin sentido ni propósito. De la misma forma que la comida chatarra daña nuestra salud, hay muchos contenidos que corrompen la moral y las buenas costumbres. Debemos responsabilizarnos, discernir y seleccionar lo que consumimos.
La invitación es a alimentarnos de manera correcta. Nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes, acciones, deben ser nutridas apropiadamente, bajo la supervisión de DIOS, quien es nuestro único nutricionista espiritual. Debemos tener mucho cuidado con lo que dejamos entrar a nuestro ser. No todo lo que vemos nos conviene. No debemos olvidar que el sistema completo de este mundo está manejado y administrado por aquél que desea nuestra muerte espiritual, Satanás el diablo.
“El camino del hombre perverso es torcido y extraño; Mas los hechos del limpio son rectos” (Proverbios 21:8).