Amanece en la Ciudad de México, son apenas las siete de la mañana y aún se siente el frío tenue del viento que sopla con dirección al oriente del Distrito Federal. Es domingo 21 de abril y el tránsito en la capital se torna pesado al intentar salir de ella.
Y es que una veintena de personas, que somos parte de la Iglesia de Dios en México, hemos decidido visitar el estado de Querétaro, un lugar a poco más de dos horas del Distrito Federal, que es conocido por sus apacibles paisajes, delineadas montañas y clima templado y muy propicio para el cultivo de la uva; por lo que aquella región se comienza a conocer como lugar vitivinícola de México.
Alrededor del mediodía, el grupo conformado por 22 personas de la congregación de la capital mexicana, llegamos a las Cavas de Freixenet, región a 2000 metros sobre el nivel del mar y donde se producen un millón novecientas botellas al año, principalmente de vino espumoso y, en menor medida, vino de mesa.
Debimos adentrarnos 25 metros bajo tierra, a una temperatura promedio de 16 a 18 grados centígrados, que es donde se encuentran las cavas de esta empresa netamente española que tuvo su primera cosecha en el país en 1988, y que ha implementado las visitas guiadas durante todo el año para compensar la aparente “poca producción que tienen”.
Durante la visita a Freixenet, apellido de origen catalán, tuvimos la oportunidad de conocer el proceso que tienen los distintos tipos de uva que se producen en la zona y el tiempo que se requiere para obtener el producto final.
Al término de la visita educativa por la zona, nos dirigimos al balneario Termas del Rey, ubicado en el municipio queretano de Tequisquiapan, un buen lugar para acampar, nadar en sus diferentes albercas, disfrutar de los toboganes, asar carne y jugar en sus extensas áreas verdes.
Definitivamente, parte de la Iglesia de Dios en la Ciudad de México disfrutó de un día lleno de gozo, alegría, compañerismo cristiano y mucha comida; una ocasión excelente en la que pudimos ser testigos de la protección y las bendiciones de Dios.
— Jorge Iván Garduño