Queridos hermanos:
La semana pasada se celebró un aniversario que pasó desapercibido. Fue el aniversario 77 de la liberación de Auschwitz, uno de los campos de exterminio más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Cada año, el 27 de enero es señalado como el día para recordar el holocausto internacional. Aunque hubo varias ceremonias en Europa y unas cuantas, en Estados Unidos, pareciera que el holocausto se estuviera convirtiendo en un recuerdo lejano —una época de tortura y muerte, pero con efectos mínimos en la sociedad actual.
En el verano de 2014, Joel Meeker y yo visitamos el escenario de otro holocausto o genocidio (un término más utilizado para referirse a eso): el genocidio de 1994 en la más pacífica y próspera (según los parámetros africanos) nación de Ruanda. Después de haber visto tanto el Yad Vashem, el museo del holocausto en Jerusalén, y el monumento al genocidio en Kigali, Ruanda, creo que me estremecí más con lo que vi en Ruanda. Ambos museos lo harán llorar, pero hay un elemento más perturbador en lo que pasó en Ruanda que es difícil olvidar.
Cuando uno visita Yad Vashem, usted ve las cestas llenas de la ropa y las pertenencias de las personas que dejaron afuera de las cámaras de gas en Auschwitz y esto le recuerda que fueron personas reales que murieron sencillamente porque eran judíos. La última parada en Yad Vashem es llamada el monumento de los niños. Hay fotos de los documentos de identidad de miles de niños pegadas en la pared. Y hay miles de luces que titilan en un cielo negro para representar 1,5 millones de niños que murieron en los campos de exterminio durante el holocausto. Si usted no ha llorado para entonces, usted ciertamente lo hará cuando esté saliendo de esta sección del museo.
Esto es diferente en Ruanda. La ciudad tiene dos grupos tribales principales, los hutus y los tutsis, y para efectos prácticos, son similares en apariencia y cultura, pero tienen una gran animosidad el uno contra el otro. Después de décadas de abuso entre los dos grupos, dependiendo de quién estuviera a cargo —la violencia estalló de una forma dramática después de que fueran asesinados los presidentes de Ruanda y Burundi, luego de que su avión privado fuera abatido el 6 de abril de 1994, cuando se preparaba para aterrizar en Kigali, la ciudad capital de Ruanda. El presidente de Ruanda en aquella época, Juvenal Habyarimana, era de la tribu mayoritaria hutu (85 % de los ruandeses son hutus, con cerca de un 14 % de tutsis). La violencia comenzó inmediatamente, y fue brutal —los vecinos se mataban entre sí, y los hutus mataron cientos de miles de tutsis. Fue un genocidio. En aproximadamente 100 días, cerca de 800.000 vidas fueron cobradas de la forma más brutal que uno pudiera imaginarse. Muchos fueron heridos con machetes hasta que murieron.
Estos dos sucesos son probablemente los ejemplos más conocidos de la falta de humanidad del hombre con el hombre, pero no son los únicos. Podemos nombrar otros grupos que también han sufrido (o están sufriendo) por su antecedentes étnicos, raciales o religiosos. Hay “campos de
reeducación” para los uigures en China, los asesinatos en masa en Etiopía en la región del Tigray, la guerra civil en Siria, la guerra civil en Sudán, y así sucesivamente. En el Museo del Holocausto de Estados Unidos hay una lista de diez naciones en donde actualmente ocurren asesinatos en masa llevados a cabo por ciertos grupos (https://www.ushmm.org/genocide-prevention/blog/state-of-the-world-mass-killing-in-2020).
Es obvio que no estamos más cerca de resolver las disputas y los prejuicios de vieja data que cuando fue liberado Auschwitz el 27 de enero, 1945. La naturaleza humana no ha cambiado, y Satanás continúa siendo el dios de este mundo (2 Corintios 4:4). ¿De dónde proceden este odio y violencia extremos? Parece que aquellos que tienen el poder y la autoridad finalmente la usan para castigar o destruir a aquellos que disientan o sean de una raza y/o una cultura diferente. Parece que “el poder impone lo correcto” en estos días, pero por supuesto, esto no es algo que haya comenzado ahora. La violencia, los celos y el prejuicio han estado presentes desde Caín y Abel (Génesis 4:1-12). Y la profecía bíblica nos muestra que, en el tiempo del fin, las cosas van a empeorar (Mateo 24:10-12).
Cuánto nos impacte esto depende de cada uno. Podemos escoger el camino del mundo, de los gobiernos humanos y los prejuicios que existen, o podemos escoger un camino distinto. A pesar de nuestros antecedentes, raza o nacionalidad, todos tenemos la oportunidad de elegir cómo vamos a tratar a los demás. Cuando Dios nos llamó a salir de este mundo, Él quería que nosotros comenzáramos una nueva forma de vida, una que deje atrás el prejuicio y que se base en el amor por nuestro prójimo tal cómo Cristo nos enseñó en el Sermón del Monte.
Recordemos que una de las advertencias en el Antiguo Testamento es que no debemos aprovecharnos de los débiles —las viudas y los huérfanos (Éxodo 22:22). Esto no tiene que ver con nacionalidad, sino con aquel que es débil y vulnerable. El sistema levítico incluía un sistema de diezmos que respaldaba las viudas y los huérfanos. En la actualidad obedecemos la ley del diezmo, que incluye un fondo establecido con este principio también, aunque ha sido modificado ligeramente por los programas de asistencia social que existen en la mayoría de las naciones. Pero el propósito de este fondo no ha cambiado —asegurarse de que las necesidades de los pobres y más vulnerables sean cubiertas.
Después de la conversión, aprendemos que Dios espera de nosotros mucho más que un compromiso económico. También requiere que tratemos a los demás de una forma honorable y respetuosa, sin tener en cuenta ni su estatus ni sus ingresos. De hecho, se nos instruye que debemos amarnos los unos a los otros (Juan 13:34), sin mencionar para nada ni la raza ni los antecedentes étnicos. Se nos dice que aquellos que vayan a ser líderes deben ser siervos, comprometidos a servir a otros y a sacrificarse por ellos (Mateo 20:25-28). La Iglesia debe ser una comunidad muy diferente de lo que vemos a nuestro alrededor, y debería ser una comunidad que se abstiene de participar en la política de este mundo. Deberíamos estar preocupados por lo que pasa en nuestra nación, pero sin involucrarnos en política.
Es muy triste ver el mundo en que vivimos lleno de odio, animadversión y violencia contra los demás, con frecuencia porque son de una raza diferente o de una diferente etnicidad, o porque son pobres y vulnerables. Dios creó a los seres humanos, y no los creó para que fueran iguales en apariencia. Dios ve la belleza en cada raza, por esto encontramos la escritura: “Porque de tal manera amó Dios al mundo…” (Juan 3:16). Dios no ama la tierra física, sino los que la habitan.
Holocaustos y genocidios, que surgen del odio y el prejuicio no han desaparecido y no lo van a hacer muy pronto. Desafortunadamente, cientos de miles morirán a manos de aquellos que los odian por su apariencia, sus antecedentes o el lugar de dónde provienen. Nosotros, como miembros de la Iglesia de Dios, debemos ser diferentes. Debemos ser verdaderas luces en el mundo. A medida que empezamos a prepararnos para la Pascua y los días de Panes Sin Levadura en las próximas semanas, examinemos nuestro corazón con el lente del amor por la humanidad. Al fin y al cabo, el Reino al que servimos “no es de este mundo” (Juan 18:36).
Cordialmente, su hermano en Cristo,
Jim Franks