Queridos hermanos:
¡La cuenta regresiva ha comenzado! La fiesta de Trompetas está a menos de tres semanas, y pocos días después vendrán la fiesta de Expiación, Tabernáculos y el Octavo Día de la fiesta (el Último Gran Día). De muchas maneras, es la temporada más llena de expectativas del año. En mi familia, ya compramos los boletos de avión, hemos hecho las reservas en el hotel, el alquiler de autos y hemos finalizado las visitas a la Iglesia en las próximas cinco semanas. Sharron y yo tenemos planeado estar en San Luis Potosí, México, para la fiesta de Trompetas; en Expiación estaremos en St. Petersburgo, Florida; en Fort Myers, Florida, para la primera parte de la fiesta, y en St. Philip, Barbados, para la segunda parte.
Al reflexionar en lo complejo de nuestros planes para este año, mi mente recuerda una época más sencilla, en que siendo un joven, viajé a la fiesta con mi familia. Sólo había un lugar de fiesta y era al oriente de Texas. En esos días nos referíamos a él como Gladewater, Texas, porque no habíamos oído hablar de Big Sandy, que entró en escena más tarde. Para aquellos que no asistieron a la fiesta al oriente de Texas, tal vez no sepan que la Iglesia de Dios de la Radio, era dueña de un gran lote de terreno cerca de la ruta 80; entre las poblaciones de Big Sandy y Gladewater. Este terreno tenía entre 10 y 12 hectáreas que fueron donadas por Buck Hammer en 1952. El señor Hammer y varios miembros de su familia fueron muy importantes para la construcción del sitio de la fiesta de la Iglesia de Dios de la Radio, en Texas. La propiedad estaba más cerca de Big Sandy, pero Gladewater era la ciudad más grande.
En esos años, hicimos una solicitud de alojamiento en un campamento. Allí nos asignaron un lugar junto con otros miembros de nuestra congregación en la Iglesia. Cada año, como congregación, se nos asignaba un puesto diferente en “el bosque de pinos” que era como se llamaba la zona para acampar, en la propiedad de la Iglesia. Me acuerdo de haber estado en la calle 9, y también en la 32 y en una ocasión fuimos asignados a la calle 4. Mientras menor fuera el numero de la calle, más cerca estaba uno del tabernáculo en el que se celebraban los servicios. Llevábamos nuestra comida, pero generalmente, como una ocasión especial, podíamos comer en un restaurante una vez en la fiesta. Nunca hacíamos paradas ni en nuestro viaje de ida ni en el de regreso, simplemente hacíamos el trayecto sin detenernos, saliendo de nuestro hogar al nororiente de Arkansas. Poder quedarnos en un hotel durante nuestro viaje, estaba sencillamente más allá de nuestras posibilidades.
Uno de mis momentos más tristes en aquella época, era en el Octavo Día, cuando, para concluir los últimos servicios, cantábamos un himno que decía “Que Dios nos acompañe hasta que volvamos a reunirnos”. Nadie se quedaba sin llorar. Mi familia siempre sentía que era necesario volver a casa a trabajar y a la escuela lo antes posible, así que tan pronto se ponía el sol después del Último Gran día, desarmábamos nuestra tienda, empacábamos en nuestro pequeño remolque y emprendíamos el camino a casa. En aquellos días el viaje nos tomaba ocho horas, ya que muchas de las carreteras eran de doble vía. Generalmente llegábamos a nuestra casa en las primeras horas del día siguiente, pero aun así se esperaba que volviéramos a trabajar ese mismo día. Siempre recuerdo que ese primer día en la escuela después de la fiesta, era increíblemente largo y triste. ¡La fiesta ya había pasado ese año!
Un año, justo después de regresar de la fiesta, uno de mis profesores me pidió que le explicara porqué guardábamos la fiesta. Aunque yo era muy joven todavía, me sentí muy cómodo explicando el significado espiritual de las fiestas a mi profesor. La primera vez que escuche al señor Herbert Armstrong explicar el plan de salvación por medio de sus fiestas, todo tuvo sentido para mí. El hecho de que Dios tuviera un plan, era algo perfectamente claro, pero el hecho de que este plan estuviera ligado a la temporada de cosechas en el antiguo Israel y hubiese sido estructurado cronológicamente según el momento en que ocurrieran los festivales anuales, fue un hecho que quedó grabado indeleblemente en mi mente.
Cada año, los tres primeros festivales corresponden a la cosecha de primavera en el antiguo Israel: Pascua, días de Panes Sin Levadura y Pentecostés. La cosecha de granos en la primavera es simbólica de la cosecha espiritual de las primicias, aquellos llamados durante su vida física. A partir de la aceptación de Cristo cómo nuestro Salvador (Pascua), hasta la remoción del pecado de nuestra vida y cómo reemplazamos ese pecado con justicia (días de Panes Sin Levadura) hasta el sellamiento de las primicias con el Espíritu Santo (Pentecostés), vemos cómo se desarrolla el plan de Dios. Pentecostés no es el final ni completa la cosecha espiritual de las primicias, ya que la recompensa de la vida eterna no se recibe sino hasta que Jesucristo regrese. Pentecostés representa que somos sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 4:30). Cuando ya somos sellados, debemos perseverar con paciencia hasta el fin de nuestra vida o hasta el momento del regreso de Jesucristo, que está simbolizado en la fiesta de Trompetas.
El regreso de Cristo pone en marcha una serie de eventos que permitirán que a la humanidad le sea ofrecida la salvación —aquellos que no estaban incluidos en las primicias. Los últimos cuatro festivales corresponden a la cosecha otoñal en el antiguo Israel. Comienza con la fiesta de Trompetas, que describe el regreso de Cristo, después viene el día de Expiación. Este día santo simboliza el hecho de ser uno con Dios, un suceso que no puede ocurrir sino hasta que Satanás sea atado. Este encarcelamiento de Satanás por mil años (Apocalipsis 20:1-3) ocurre algún momento después del regreso de Cristo y antes de que el Milenio comience.
En los siete días de la fiesta de Tabernáculos, celebramos el nuevo gobierno mundial de Cristo. Y en el octavo día, el Último Gran día, vemos cómo se lleva a cabo el juicio final de todos aquellos que han vivido y han muerto en aproximadamente 6.000 años de historia humana y que no fueron parte de las primicias. Las Escrituras nos dicen que habrá algunos que serán resucitados y destruidos en el lago de fuego. Ésta es la tercera resurrección, descrita en Apocalipsis 20:14-15. Anticipamos que la gran mayoría de la humanidad aceptará la generosa oferta de Dios de la vida eterna, que nos exige que cambiemos la forma de vivir, que recibamos la instrucción de la verdad en vez del engaño que ha dominado nuestro mundo. Después del juicio final, este mundo será destruido (2 Pedro 3:10) y luego será reemplazado por los nuevos cielos y la nueva tierra (Apocalipsis 21:1-2). El plan de Dios, representado en sus festivales, se habrá completado.
Actualmente vivimos en un mundo muy triste y lleno de tinieblas —guerras, pandemias, violencia, aumento del crimen, familias destruidas, niños que son abusados. Pero en unos pocos días celebraremos un mundo diferente, que creemos que vendrá pronto. Las dos órdenes asociadas a la fiesta de Tabernáculos son: 1) alegrarse y 2) aprender a temer a Dios (Deuteronomio 14:23-26). No debemos permitirnos estar tan ocupados con los preparativos físicos que sencillamente olvidemos porqué guardamos la fiesta cada año. Es sencillo, pero profundo. Es el plan de salvación de Dios, que celebramos cada año, al guardar las fiestas anuales.
Cordialmente, su hermano en Cristo,

Jim Franks





