Queridos hermanos:
La creación de Dios de este Universo es uno de los más grandes milagros, pero no es el único. Después de crear la Tierra, Dios creó al primer hombre, Adán, del polvo de la tierra, y de su costilla creó a la primera mujer. Y por medio de un plan sencillo, pero espléndido, Él le ofrece a todos y cada uno de los miles de millones de sus descendientes, la oportunidad de recibir la vida eterna. Siempre me ha encantado la conclusión del libro de Herbert Armstrong: El misterio de los siglos, cuando dice: “y… finalmente llegamos al PRINCIPIO”.
Cuando vemos el caos del mundo a nuestro alrededor, es muy difícil entender que todo lo que ha ocurrido en la historia del hombre es en realidad el preludio de algo mucho mejor. El verdadero comienzo está por venir. Es una época que está más allá de la narrativa bíblica, un futuro al que Pablo se refirió como: “…ahora vemos por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12).
Me acuerdo que al estar hablando con un miembro de la Iglesia en Ghana, hace más de 10 años, él me explicaba lo que él pensaba que era la causa de las dificultades en África occidental. Donde quiera que usted mire, hay problemas graves de pobreza, enfermedad y aun inanición, y sin embargo muchos países de África occidental, y para los efectos, todo el continente de África, tienen recursos naturales increíbles —oro, petróleo, diamantes y una tierra fértil en la que crece de todo. La causa, según este miembro, era la corrupción del gobierno.
Donde quiera que usted mire en el continente africano, la historia se repite una y otra vez —líderes que llegan al poder, hacen promesas extraordinarias pero lo único que hacen luego es abusar del pueblo mientras ellos y sus familias se enriquecen. Las personas sufren; algunos mueren de inanición; y la mayoría no tiene la esperanza de obtener educación y un empleo significativo. Y, si el líder se siente amenazado, con frecuencia responde con una violencia horrible hacia sus conciudadanos. A lo largo de África, millones de personas viven bajo la constante amenaza de tortura y muerte a manos de su propio gobierno.
Pero la escena no se limita al África. Desafortunadamente, todo el mundo está presenciando un incremento dramático en la violencia y la corrupción en el gobierno y en el rechazo de un código moral verdadero y estable. La historia y la profecía bíblica nos enseñan que cuando alcanzamos el punto crítico en el que la violencia, la inmoralidad y el rechazo de los valores bíblicos se vuelven la norma, la sociedad colapsará por el peso de sus propios problemas internos.
En las últimas dos semanas hemos visto un asomo de esto en los Estados Unidos. Nueve personas murieron abatidas a tiros en una iglesia en Carolina del Sur. No ha sido la primera vez en que una persona desquiciada mata a varias personas que están en una iglesia. Muchos recordamos un evento similar hace una década en la congregación de Milwaukee, en el área de Wisconsin, de la Iglesia de Dios Viviente.
Luego, el 26 de junio, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, emitió un fallo en el que declaraba legal el matrimonio homosexual en todos los 50 estados. Lo que se pasa por alto en el alboroto es que aun si la Suprema Corte no lo hubiera legalizado, nuestra sociedad democrática ya lo había aprobado. Según el Centro de Investigación Pew, en 2001 el 57 por ciento de los norteamericanos se oponía al matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero en poco más de una década, estas cifras se han revertido. Las encuestas de la actualidad afirman que el 57 por ciento respalda el matrimonio entre personas del mismo sexo, en tanto que el 39 por ciento se opone a ello. El gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo, es un deseo noble, pero cuando la mayoría abandona la buena moral, no hay nada que impida que la sociedad sea alienada de Dios.
¡Qué triste es que América haya alcanzado este punto de quiebre! Y cuán claro es ver lo que Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Nuestra primera lealtad debe ser al Reino de Dios. En la actualidad no existe ningún gobierno en la tierra —democracia, república o monarquía— que defienda los verdaderos valores de la Palabra de Dios.
¿Qué podemos hacer como cristianos? Debemos estar firmes y sólidos en la verdad de Dios. No debemos odiar ni atacar a nadie, pero no debe haber ninguna confusión en cuanto a nuestra posición frente a los temas morales. La Palabra de Dios aclara que la verdad no ha cambiado y nunca cambiará.
En 2 Corintios 11:3, Pablo escribió acerca de cómo Satanás engañó a Eva, y advirtió que de la misma forma nuestras mentes no debían ser “extraviados de la sincera fidelidad a Cristo”. Vivimos en un mundo que ha sido engañado y corrompido por las argucias del diablo. Con argumentos astutos, intimidación y acusaciones, el pecado ha sido hecho aceptable para la sociedad. Por supuesto, ésta no es la primera vez. A través de los años, otras formas de comportamiento pecaminoso se han ido gradualmente aceptando y ya no son gran cosa. Pero la verdad es muy simple. El pecado es pecado; y malo es malo. No ha cambiado desde la época de la creación. Legalizar el pecado nunca lo hará aceptable delante de Dios, aunque la mayoría lo quiera.
Recientemente encontré una cita de Mahatma Gandhi: “Aun si usted es la ínfima minoría, la verdad sigue siendo la verdad”. No creemos que la verdad sea determinada por un voto democrático o por la mayoría de votos de nueve jueces de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. No se trata de que las personas se pongan de acuerdo; lo que importa es lo que diga la Palabra de Dios.
Creo que mi amigo de Ghana tenía la razón en cuanto a lo que decía. La corrupción del gobierno no es un problema exclusivo del África, ni un problema de Asia o de Suramérica. Existe dondequiera que usted mire en el mundo actual. Sin Dios, los seres humanos mostramos nuestra incapacidad para gobernarnos a nosotros mismos. Para aquellos cristianos que viven en una sociedad democrática, no podemos permitir ser engañados y llevados a pensar que si ciertas personas son elegidas todo estará bien. Si bien algunos candidatos tal vez podrán detener un poco la decadencia moral, nadie podrá impedirla.
¡Pero nosotros tenemos algo que la mayoría del mundo no tiene! Tenemos una misión importante, una meta crucial y un futuro brillante. Éste es el evangelio de las buenas noticias del Reino de Dios. Debemos proclamarlo desde las azoteas tal como Cristo instruyó a sus discípulos (Mateo 10:27). No podemos cambiar el mundo ni sus estructuras gubernamentales, pero podemos prepararnos y ayudar a otros a prepararse, para el nuevo gobierno en el mundo que vendrá. A la edad de 12 años, Cristo les dijo a sus padres que Él tenía que estar en los negocios de su Padre (Lucas 2:49). Esto fue hace cerca de 2000 años atrás. ¿Cuánto más urgente es ahora en la actualidad estar en los negocios de nuestro Padre y escapar de las contaminaciones del mundo (2 Pedro 2:20)?
Es entendible que sintamos dolor por América y por el mundo, pero no debemos desanimarnos. Somos parte de algo más grande y mejor, y veremos el final más feliz de todos. La creación fue un increíble milagro, pero las cosas que vendrán serán más grandes. Seremos testigos del milagro más grande de todos, cuando el Reino de Dios sea establecido en la tierra ¡y los seres humanos se conviertan en miembros de la mismísima familia de Dios!
Los sucesos de la semana pasada nos deben llevar a enfocarnos en el futuro con claridad y orar con más fervor: “venga tu Reino” (Mateo 6:10).
Sinceramente, su hermano en Cristo
Jim Franks