Queridos hermanos:
En el calendario romano empezamos un nuevo año el primero de enero, pero tengo que admitir que, si pensamos en el estado del mundo en enero de 2021, no parece muy diferente al año anterior. De hecho, vimos algunos acontecimientos en enero que no los vimos en 2020, y no son buenos. En enero el virus del COVID-19 tuvo un incremento en la mayoría de las naciones. En Estados Unidos, después de una elección llena de contención, inauguramos el nuevo presidente con las tropas de la Guardia Nacional armada y la barbarie, rodeando el capitolio de Estados Unidos. Fue un cuadro que la mayoría esperaría ver en una nación en vía de desarrollo o en alguna que tenga una guerra civil, pero no en los Estados Unidos.
Los sucesos que ocurrieron en la capital de nuestra nación en enero 6, sirven para ilustrar la profunda división que existe en nuestro país. Una turba violenta irrumpió en el Capitolio de Estados Unidos, una nación que se presenta a sí misma como un ejemplo para el resto del mundo en cuanto a la forma en que se llevan a cabo las elecciones y la transferencia de poder. Es todavía difícil de entender cuán seria fue la amenaza al gobierno, pero el simbolismo de la gente, algunos vestidos con disfraces extravagantes, rompiendo ventanas y destrozando los muebles en la Casa de Representantes y el Senado, unos días antes de la inauguración, fue profundamente desanimador. Esto provocó tremenda revolución alrededor del mundo. En vez de ser un ejemplo de una transferencia pacífica de poder de un líder al otro, Estados Unidos es objeto del ridículo a nivel internacional.
Como Iglesia debemos ser muy claros en lo que decimos y escribimos. En Estados Unidos podemos culpar a los demócratas o a los republicanos, o al antiguo presidente Trump, o al actual presidente Biden, pero esto no ayuda en nuestro entendimiento del origen de semejante odio y violencia. En la búsqueda de la respuesta, necesitamos concentrarnos en nuestro llamamiento. Cuando Dios nos llamó nos enfrentamos con un dilema —cómo apartarnos de este mundo en tanto seguimos viviendo en él. Por nuestro llamamiento aprendimos lo que está mal en el mundo, y estamos convencidos de que la verdadera fuente de la división, la ira y la destrucción que hay en el mundo, se origina en el adversario, Satanás. Él es la verdadera causa del engaño, confusión y violencia. En verdad, los seres humanos participan de buen grado, pero el origen de esta clase de pensamiento y conducta está enclavado en las obras de quien es involuntariamente adorado como “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4).
Santiago habló del contraste entre el camino de Dios y el de “la envidia y contención” en Santiago 3:13-17: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”.
Pablo escribió en 1 Corintios 14:33 que Dios no es el autor de confusión. Entonces, ¿quién es el autor? Satanás es llamado el padre de mentiras y un “homicida desde el principio” (Juan 8:44). Él les dijo la “mentira” a Adán y a Eva, cuando les dijo que, si ellos comían del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, seguramente no morirían, sino que ellos serían semejantes a Dios sabiendo el bien y el mal (Génesis 3:4-5). Así, empezaron a pasar una serie de eventos, desencadenados por el engaño de Satanás y la disposición a seguirlo de Adán y Eva, lo que se ha vuelto peor y más destructivo en nuestros días, 6.000 años más tarde de la época del huerto del Edén.
Satanás es llamado el destructor y el engañador (Apocalipsis 9:11; 12:9). Se nos advierte que debemos salir de este mundo y no ser jamás partícipes de sus pecados (Apocalipsis 18:4,2; 2 Corintios 6:17). Cristo, en su modelo de oración, nos instruye a que oremos diariamente que seamos librados (Mateo 6:9-13).
¿Qué podemos hacer para afrontar este poderoso y perverso ser espiritual? En 2 Crónicas 7:13 tenemos la única solución clara para el mal. De esto habló Dios poco tiempo después de la dedicación del templo construido por Salomón: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”. El arrepentimiento y el cambio de corazón y de actitud, son capaces de detener los esfuerzos de Satanás para destruirnos, pero en nuestros días es difícil imaginarse que toda una nación se arrepienta de sus pecados.
En el Nuevo Testamento, Jesucristo ofreció la misma solución de la maldad cuando él intervino, pero su enfoque estaba más en algo a nivel personal que en una nación. “Después de que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado: Arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).
Ambos mensajes se concentran en el arrepentimiento, un verdadero cambio de vida, como un remedio real para hoy. Con unas pocas excepciones nacionales registradas en la historia humana, se ha mostrado el arrepentimiento como un acto personal. Si bien nos regocijaríamos al ver a nuestra nación arrodillarse, renunciar al comportamiento pecaminoso y comprometerse a cambiar; sin embargo, no hay ninguna indicación de que esto sea lo que vaya a pasar. Hay razones para esto. Actualmente vivimos en una nación y un mundo que no tienen un conocimiento claro del pecado, y por lo tanto no entienden verdaderamente el arrepentimiento. Cuando consideramos a un mundo que adora en el día incorrecto, si es que hace algo, y mata a miles de niños sin nacer; debemos entonces concluir que cuando se trata de Dios y de la región, el mundo ha perdido su camino. La sociedad actual se opone a la verdad revelada en las Escrituras reemplazándolas con un enfoque multipluralista hacia la religión, las relaciones humanas, la sexualidad y aún el género. En lugar de buscar contacto con el Dios verdadero, el mundo ha decidido adorar según sus deseos carnales, con la expectativa de que todo saldrá bien. Esto sencillamente no va a suceder.
Como cristianos debemos rendir cuentas delante de Dios (1 Pedro 4:17). Regularmente debemos asegurarnos en dónde estamos a nivel individual y renovar nuestro arrepentimiento, en tanto que nos aferramos a la verdad que hemos recibido. No nos atrevemos a dejarnos engañar por el mundo. Para eliminar la confusión, la división, la violencia y el engaño en nuestra propia vida, debemos comprometernos con el único elemento de valor, la verdad de Dios. Y debemos conducir nuestra vida de acuerdo con esta verdad en tanto que evitamos transigir con este mundo y sus políticas que trata de imponernos. Sólo cuando Cristo regrese, las naciones se van a arrepentir. Actualmente, el número de las personas llamadas, que se arrepienten, es poco, pero cada uno es muy importante para Dios. Por esto es que debemos salir del mundo, reconociendo quién es su gobernante, que es el verdadero autor de confusión, división, violencia y engaño.
En Génesis 2 leemos del árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal, cada uno representando una decisión espiritual diferente. En el sermón del monte, Cristo también habló de dos caminos o senderos, cada uno con una puerta de entrada distinta —una es ancha y conduce a la destrucción y la otra es estrecha y lleva a la vida eterna (Mateo 7:13-14). A medida que pensamos en la Pascua de este año, deberíamos preguntarnos cuán lejos estamos, como aquellos llamados a salir del mundo, cuánto hemos avanzado por el camino estrecho y cuánto nos hemos adentrado en el sendero que lleva al Reino de Dios y lejos del caos que aflige al mundo. No es tiempo de mirar atrás o de desanimarnos por las condiciones paupérrimas de este mundo. Aunque el camino es descrito como estrecho y difícil, es la decisión correcta y la única esperanza real para el futuro.
Cada año en la noche de la Pascua, nosotros revivimos, por los símbolos, la muerte de nuestro salvador, Jesucristo. Muchos en el mundo mencionan la muerte de Cristo, pero muy pocos entienden que este es solamente el comienzo del plan de salvación de Dios y nuestro propio viaje espiritual. Ésta es la puerta estrecha que nos llevará a la vida eterna. Empecemos a prepararnos ahora para una pascua significativa e inspiradora, a medida que pasamos juntos por la puerta estrecha y el camino difícil.
Cordialmente, su hermano en Cristo,