Queridos hermanos:
Cuando el mes pasado les escribí en la carta a los miembros acerca de la muerte de Todd Carey, no tenía ni la menor idea de que en la carta de este mes tendría que escribirles acerca de otra muerte ministerial —la de Manuel Quijano, nuestro pastor en Perú. El señor Quijano murió de una infección en Lima, el viernes 16 de junio. A comienzos de este año le había sido diagnosticado un cáncer de hígado, pero fue totalmente inesperado que muriera tan pronto.
La muerte del señor Quijano fue tan súbita que la Iglesia no estaba preparada para ofrecer inmediatamente un reemplazo permanente. Manuel sólo tenía 54 años de edad. Le sobreviven su esposa Clara, su hijo Alec, cuatro hermanos y una hermana; además sus padres, quienes están entre los primeros miembros bautizados en Perú, cuando la Iglesia de Dios Universal comenzó una congregación en ese país, en los años 70.
El día en que el señor Quijano murió, Sharron y yo estábamos en Williamsburg, Virginia, visitando la viuda de Todd Carey, Gloria y sus dos hijos Justin y Bronson, y la congregación local. Viajamos hasta Williamsburg para animar a la familia y a los hermanos, pero creo que ¡ellos nos animaron más a nosotros! Larry Lambert es el nuevo pastor de Williamsburg y con la ayuda de su esposa, Wilma, ahora va a pastorear tres congregaciones en Virginia y Virginia Occidental.
El viernes siguiente a nuestra visita a Williamsburg, ante el evento de la muerte del señor Quijano, volé a Perú para reunirme con la congregación local el sábado 24 de junio. Fue muy emotivo, porque él había muerto sólo unos pocos días antes de mi visita. Tuvimos una gran multitud presente en Lima, con varios miembros que vinieron de otros lugares. Algunos viajaron más de 400 kilómetros en bus para poder asistir a los servicios. En mis sermones en ambos sábados, me enfoqué en el futuro, cuando Cristo va a regresar y todo estará bien, y yo le rendí tributo a la maravillosa obra que estos dos hombres hicieron. En un mes perdimos a dos pastores maravillosos. El señor Carey murió el lunes 15 de mayo, y el señor Quijano murió el viernes 16 de junio.
Después de discutir la situación con León Walker, nuestro director regional en Latinoamérica, tomamos la decisión de nombrar a Carlos Saavedra (un anciano local que sirve en la congregación de Lima) como el pastor interino de las cuatro congregaciones en Perú. El señor Saavedra y su esposa Maribel, son una gran pareja con una gran familia. Manuel era hermano de Maribel, lo que ofrece una conexión con los Quijano. El señor Walker y yo creemos que las congregaciones en Perú estarán en buenas manos hasta que se tome una decisión definitiva con respecto al pastor. El señor Walker no ha podido viajar en las recientes semanas por una cirugía que le hicieron en mayo, pero tan pronto le sea posible, sé que él y su esposa Reba, tomarán el avión para Perú.
Siempre hay cosas que aprender cuando enfrentamos sucesos en la vida emocional tales como la muerte de un ser querido. He reflexionado en estas dos muertes y si bien no tengo una buena respuesta para darle a las familias cuando me preguntan por qué, sé que Dios está a cargo y que Él permitió que estas muertes ocurrieran. Una de las mayores lecciones que me estremecieron durante estas dos visitas después de sus muertes, es cuán fácil es alabar y rendir tributo a las personas después de su muerte, pero descuidamos eso cuando están vivos. Tengo que preguntarme a mí mismo con cuánta frecuencia agradezco al ministerio por su dedicación y servicio y por la buena labor que están haciendo como ministros y pastores. Creo que el ministerio de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial, cuenta con un ministerio muy competente, como el que he visto en la Iglesia en mis más de 40 años como ministro, pero, ¿debería esperar hasta que alguien muera para expresar esa apreciación?
Hay un ejemplo en Lucas 17, en donde 10 leprosos fueron sanados por Jesucristo. Solamente uno se volvió a darle gracias a Él, y éste era “un extranjero”, un samaritano. Imaginémonos un leproso, aislado de la sociedad, con la expectativa de una vida sin futuro, siempre viviendo solo en una comunidad con otros leprosos. De pronto, súbitamente, todo cambia en un día. Cuando éste regresó para darle gloria a Dios y agradecerle, Jesucristo le preguntó acerca de los otros nueve, pero no se sabía dónde estaban. Sus vidas cambiaron dramáticamente, pero sólo uno regresó a agradecer a Cristo por el milagro que había experimentado. Cristo hizo notar que él que regresó para dar gracias es el que hizo lo correcto.
¿Deberíamos esperar hasta que un amigo, un ministro o un miembro de la familia muera para expresar nuestro amor y apreciación? Espero que no. ¿Nos olvidamos de dar gracias por una buena obra o un buen sermón? ¿Qué ocurre con una sanidad o milagro en nuestra vida? Puedo decir sin dudar que quise y aprecié mucho al señor Carey y al señor Quijano. Ellos eran realmente mis hermanos. Pero, ¿se los expresé a ellos? ¿Les dije cuanto apreciaba su labor? Me siento mal de decir que no, o por lo menos no como debería haberlo hecho.
En 2 Timoteo 3, Pablo hace una lista de las principales tendencias que habría al fin del siglo. El menciona “ingratos” en la misma lista que “impíos, sin afecto natural, implacables calumniadores, intemperantes” y más. Cada sábado valoro que tengo una congregación para asistir, hermanos con quienes compartir y ministros y pastores que muestran amor genuino por los miembros. Recuerdo que cuando era muy joven no teníamos congregación ni ministro local. Por 10 años, mi madre, mi hermana y yo guardamos solos el sábado. Recuerdo el día en que fui a los servicios en Memphis, Tennessee. Me pareció tan animador encontrar otras personas que creían lo mismo que yo. Pero, como sucede con tantas cosas en la vida, con el tiempo, se vuelve fácil dar todo por sentado o sólo esperar que estas cosas van a estar siempre ahí.
Vivimos en una sociedad que invierte más tiempo haciendo comentarios crueles y airados de otros que diciendo palabras de alabanza y gratitud. En el mundo de las redes sociales, las declaraciones escandalosas acerca de otros se vuelven virales. Esto sucede muy escasamente con palabras de alabanza y apreciación. Nuestra sociedad también es más demandante y aprecia menos el poder vivir en una nación en donde las bendiciones de Dios han sido tan evidentes a lo largo de nuestra historia. En lugar de sentirnos agradecidos a medida que se acercan los días de fiestas nacionales, como el 4 de julio, hay más exigencia y más críticas personales. La sociedad americana se ha vuelto grosera, violenta e ingrata, y desafortunadamente esto afecta a la Iglesia.
Ver dos muertes entre nuestros pastores en un mes es realmente un llamado para que nosotros despertemos. ¿Podemos decirles a nuestros pastores, ministros, diáconos, diaconisas, hermanos, esposos, esposas y niños, cuán especiales son y cuanto apreciamos el hecho de que sean parte de nuestra vida? Considero un gran privilegio conocer a tantos de ustedes y realmente aprecio mucho lo que hacen cada semana para servir a los hermanos. No siempre reconocemos públicamente su servicio, y algunas veces esperamos hasta la muerte o una tragedia para expresar nuestro aprecio, pero Dios no olvida a aquellos que han mostrado que son verdaderos siervos. “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Hebreos 6:10).
Cordialmente, su hermano en Cristo
Jim Franks