Queridos hermanos:
A medida que se acerca otra Pascua, mi pregunta para todos es: ¿cuánto hemos pensado en los símbolos de los cuales vamos a participar en esa noche? Específicamente mi pregunta es cuánto hemos pensado en la ceremonia del lavado de pies, y lo que esto significa. Para muchos que profesan ser cristianos en la actualidad, asumiendo que han escuchado acerca de esto, el lavado de pies es una actividad secreta, antigua, que ya no debe ser tomada en serio. Pero para nosotros, es un tema muy serio, de hecho, un tema de vida o muerte.
En la noche en que Cristo instituyó los símbolos del pan y del vino, también instruyó a sus discípulos que debían lavar los pies de sus compañeros. Al hacerlo así, Cristo estableció una conexión directa entre la importancia de ser un siervo y eliminar además una debilidad que puede hacer desviar cualquier vida cristiana —el orgullo humano.
De los cuatro Evangelios, sólo Juan hace referencia a la ceremonia del lavado de pies. Aunque no hay ninguna mención en Mateo, Marcos y Lucas, en sólo el de Juan hay más versículos dedicados al lavado de pies que el total acumulado de los dedicados al pan y al vino. Nadie duda por un momento de la importancia del pan y el vino. Pero, ¿qué sucede con el lavado de pies?
Lucas registra que en la noche en que Cristo introdujo la Pascua del Nuevo Pacto, había una disputa entre los discípulos, entre otras, por quién sería el más grande en el Reino de Dios (Lucas 22:24-30). ¡Imagínense esto! En la noche anterior a que Jesucristo muriera como el sacrificio definitivo por nuestros pecados, ¡los discípulos estaban inmersos en un debate acerca de cuál de ellos debería ser considerado el más grande!
Juan registra la ceremonia del lavado de pies que había tenido lugar esa misma tarde (Juan 13:1-17). Fue durante la cena y antes de la introducción al pan y al vino que Jesucristo se levantó y lavó los pies de los discípulos. Hubo dos partes de este evento —una conversación personal con el apóstol Pedro y una conversación general con todos los apóstoles.
En su conversación personal, después de que Pedro se negara, Cristo le dijo claramente que si Él no lavaba los pies de Pedro, él no tendría parte con Él (Juan 13:8). ¿Qué significaba esto? La ceremonia del lavado de pies era un símbolo de humildad, un ejercicio de ser un siervo primero y por encima de todo, en lugar de buscar una posición de grandeza. Por medio de esta ceremonia, Cristo mostró la importancia de la humildad en la salvación de la humanidad.
Leemos en Ezequiel 28:17 que el orgullo “enalteció tu corazón” y fue lo que condujo a la rebelión de Lucero, que a su vez condujo a la destrucción del universo. El regreso de Jesucristo a esta Tierra restaurará todas las cosas (Hechos 3:21), y esto comienza con nuestro arrepentimiento (v. 19). El verdadero arrepentimiento incluye buscar el perdón no merecido y esforzarse por cambiar sin ninguna excusa. Comienza cuando admitimos que obramos mal, lo que requiere humildad de nuestra parte.
Pedro se convertiría en un líder importante en la Iglesia del Nuevo Testamento, pero en esa Pascua todavía era un ser humano carnal susceptible al orgullo y a pensar demasiado alto de sí mismo. Cristo insistió en que Pedro se debía convertir en un siervo para alcanzar grandeza espiritual. Después de hablarlo con Pedro, Cristo les dijo a los apóstoles como grupo que ellos tenían que hacer cómo Él había hecho —lavarse los pies entre sí (Juan 13:141-5). ¿Por qué? ¿para que serviría esto? Tener a alguien que le lave los pies (y lavárselos a alguien) es una experiencia que nos enseña humildad. Les enseña humildad a ambas personas, pero para cada una es una experiencia diferente. Tener los pies lavados por alguien nos recuerda el ejemplo de Jesucristo en esa noche de Pascua, pero lavarle los pies a alguien lo conecta a usted con esa persona de una forma especial, como un siervo.
En el momento de la última Pascua de Cristo, el fundamento de la Iglesia pronto iba a ser establecido. El liderazgo se estaba estableciendo de una manera muy diferente al modelo gentil. Cristo señaló que los gentiles (y en este asunto también los judíos) no se veían a sí mismos como siervos humildes que lavaban los pies de otros (Lucas 22:24-27). Estos principios siempre vigentes no han cambiado en casi 2000 años. Todavía en la actualidad, si queremos ser grandes, primero debemos ser siervos.
Algunas veces cometemos el mismo error que el mundo comete al identificar los líderes: buscamos los más talentosos, los más seguros de sí mismos, cuando en realidad, la persona más calificada es aquella que sirve hasta el punto de estar dispuesta a lavar los pies de sus compañeros discípulos. El lavado de pies en el primer siglo estaba relegado al menor de los siervos en la familia. No era un trabajo que podía hacer el que quisiera. Ésta fue la posición que Cristo escogió para ayudarnos a entender el verdadero cristianismo. También les aclaró a los discípulos que la grandeza en el Reino de Dios estaría determinada por el servicio de uno (Lucas 22:26).
Este año cuando nos arrodillemos a lavar los pies de un hermano o hermana, tal como Cristo nos instruyó, deberíamos pensar en que esa persona es un hijo de Dios, alguien que es un futuro miembro de la Familia de Dios en el Reino de Dios. Al lavar los pies —antes de tomar el pan y el vino— demostramos nuestra disposición de ser un siervo del pueblo de Dios.
La humildad y el servicio son las cualidades clave que Cristo enseñó a sus discípulos en esa tarde de su última Pascua. Hay una clara conexión entre la ceremonia del lavamiento de pies y los valores cristianos fundamentales que deben apuntalar nuestra vida —humildad y servicio.
En el último año, hemos perdido tres pastores que murieron inesperadamente —uno en Estados Unidos, uno en Perú y otro en las Filipinas, tan sólo tres semanas atrás. A todos los extrañamos muchísimo. Con la cercanía de la Pascua, he pensado mucho en estos tres hombres y los buenos ejemplos que dieron.
Como muchos de ustedes, he empezado el proceso de autoexamen previo a la Pascua. Como parte de ese proceso, no quiero pasar por alto la importancia de lo que Cristo hizo cuando Él instituyó esa sencilla pero significativa ceremonia del lavado de pies.
Sinceramente, su hermano en Cristo
Jim Franks